Entre pozos, árboles y patas torcidas
Mi infancia no fue la típica. Yo no crecí con mascotas domésticas. Yo crecí con pavos, patos, chivos, vacas, cerdos y hasta un armadillo. Mi patio era una selva y mi corazón, un corral feliz. Uno de mis recuerdos favoritos es treparme a los árboles con los libros viejos de mis hermanos, esconderme entre las ramas y leer hasta que me olvidaba del mundo.
De todos los animales, el que más me marcó fue un gatito negro con las patas delanteras torcidas. Me dediqué a ayudarlo a caminar bien, y cuando lo logró, sentí una alegría inmensa. Fue mi primer acto de fe silencioso.
Teníamos un pozo real, como de cuento, donde sacábamos el agua. Vivir en el campo me hizo más fuerte, más positiva. Me dio una resistencia especial al estrés, y una necesidad vital de naturaleza. Por eso, cuando todo se pone feo, yo busco el verde.
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